miércoles, 10 de octubre de 2007

JOSE SANCHEZ ROSA MAESTRO Y ANARQUISTA ANDALUZ.1864-1936


La trayectoria vital de José Sánchez Rosa, desde los lejanos años de finales del siglo XIX hasta su asesinato por los golpistas de julio de 1936, es un línea recta en busca de ese mundo nuevo que él identificaba con la Anarquía. Fue a presidio, ejerció de maestro, actuó de propagandista, en mítines y periódicos, y controvirtió con todo aquel que quiso sobre sus ideales. Es imposible hacer la histo­ria de Andalucía de estos últimos cien años sin tener en cuenta la presencia del anarquismo en la mayoría de sus comarcas. De tal forma que se puede asegurar que Sánchez Rosa no es sino la punta del iceberg que llena pueblos y ciudades con figuras militantes de igualo parecida importancia, uno más de otros muchos cientos de militantes locales que explican la vigencia del anarquismo organi­zado en Andalucía y la pervivencia de sus ideales hoy día a pesar de la represión, los disputas internas y los cambios económicos y sociales que se han producido durante estas décadas. Protagonizó prácticanlente desde los inicios del movimiento obrero éspañol hasta las vísperas de los acontecimientos que significaron su cul­men: la Revolución española de 1936.
Hombre de su tiempo, tuvo una confianza infinita en el progreso científico y en la capacidad humana para alejarse del mal. Hoy, algunos, podrán tacharle de ingenuo o, como se ha hecho, de des­equilibrado; sin embargo, nadie podrá negarle su bondad, y tiene su vida tal grado de coherencia que no puede evitarse mirarle con sim­patía. Sánchez Rosa fue, ante todo, un hombre bueno. Incluso en los élliículos más encendidos que escribió, en los diálogos de sus folle­tos, siempre queda abierta la puerta de la confianza en la bondad natural del ser humano, en el apoyo mutuo y no en la competencia que es como avanza y alcanza su mayor plenitud. Quizás ahí resida la razón por la que el Estado, el Leviatán, tuviera la configuración que tuviera, nunca ignoró su figura. Monéll'quía, República y Dictadura fascista no se olvidaron de él. Lo condenaron, lo encar­celaron, lo desterraron y, finalmente, lo mataron, Era su presencia, su ejemplo, su propaganda por el hecho, lo que le convertía en peli­groso.

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